La emigración, una lucha continua

La emigración es una lucha continua. Esta historia no trata de las dificultades típicas a las que nos enfrentamos en nuestra vida diaria, sino el problema que supone intentar integrarlas en una sociedad diferente. Este problema lleva a que mucha gente no sea capaz de asentarse en ningún lugar, incluso de su propio país. Antonis Christakos, hombre griego de 75 años, me cuenta su historia de emigrante. Lo conocí ofreciéndole algo que le gusta especialmente: ‘tsipouro’, una bebida alcohólica tradicional griega. Se muestra tranquilo y relajado, dispuesto a contestar todas las preguntas, y también curioso sobre de qué trataba esta entrevista exactamente. Empieza compartiendo su historia, y va al grano.

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Antonis es del sur del Peloponeso, hijo de una familia de emigrantes. Siempre supo qué significaba dejar su tierra en busca de un futuro mejor, ya que su abuelo emigró a los Estados Unidos “incluso antes de que la palabra ‘emigración’ fuese acuñada como tal”, dice.

Sin embargo, Antonis no decidió dejar Grecia sólo por su ‘historia familiar’. La situación sociopolítica de Grecia después de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Civil que tuvo lugar a continuación dejaron un ambiente sofocante que Antonis no pudo soportar, siendo como él era miembro de una familia de corte liberal, radical y profundamente democrática. A principios de la década de los sesenta, cuando Antonis se preparaba para dejar el país, apareción un sistema estatal, el certificado nacionalista, que demostraba que el poseedor del mismo era “leal a su país, al estado y a la ley”. Estaba controlado por la policía de seguridad para recoger información sobre los ciudadanos. Los griegos que querían emigrar, tenían que solicitarlo. Aquellos que no tenían este certificado tenían muchísima dificultad para encontrar trabajo, ya que el estado los consideraba como peligrosos y sospechosos de actividad ilegal. Los Estados Unidos y Australia, “destinos típicos de emigración” en aquel momento, les pedían a los griegos que querían entrar en el país un documento oficial, como este certificado; por el contrario, Alemania buscaba desesperadamente trabajadores. Antonis se fue a Alemania con 21 años, cuando “Grecia estaba casi deseando librarse de los jóvenes, que eran radicales y peligrosos para su sociedad conservadora”.

Se quita las gafas y me cuenta cómo experimentó el shock, cómo erróneamente pensó que “las calles estaban abarrotadas de dinero”, cómo se sintió “incapaz de oír ni de hablar” en un país con un idioma desconocido, cómo vivió la soledad, pues otros emigrantes griegos que se encontró le crearon más problemas en vez de ayudarle. Antonis se fue a Alemania creyendo que ser griego era algo especial allí, pero rápidamente se dio cuenta que “todo lo que creía era falso”.

Esta percepción errónea de su nueva vida abarcaba también la adaptación a la sociedad. Era incapaz de comunicarse y socializar con los de su alrededor, se encontraba solo en el extranjero, donde sólo tenía su empleo como trabajador no cualificado. “Me sentía tan desesperado allí, sin nadie con quien hablar, que la única solución que se me ocurría era suicidarme” dice. “Llegué a estar de pie, solo, en mitad de la noche, frente al Rin, mirándolo y dispuesto a tirarme al agua”.

Los griegos dicen que incluso las cosas malas traen algo bueno. Antonis se encontró con una pareja de alemanes esa misma noche. Ellos fueron los que le ayudaron a cambiar su manera de vivir, a adaptarse a la sociedad y a abrirse a distintos puntos de vista.

Antonis se afilió al SPD, el Partido Socialdemócrata de Alemania, mientras la junta militar gobernaba Grecia. Participó en actividades de los sindicatos y se matriculó en un curso de sociología, ya que sentía que no podía continuar como un trabajador no cualificado, pues esa vida no estaba hecha para él. Cuando se graduó, se empleó como trabajador social en una organización dirigida por la iglesia evangélica, donde se encargaba de educar a los emigrantes sobre el shock cultural.

De lo que más se queja es de que “Grecia nunca ayudó a los emigrantes griegos en Alemania”. Era como si Grecia estuviera deseando librarse de ellos, mientras que “a los emigrantes que se iban a EEUU se les ofrecía ayuda, pues estaban demasiado lejos y la vuelta era difícil”. Los colegios griegos en Alemania en aquel tiempo son un buen ejemplo de este tipo de prácticas. A los niños, hijos de emigrantes griegos, no se les enseñaba alemán, lo que hacía imposible que se integraran en la sociedad. En la mísma época, algunos emigrantes griegos que estaban en Alemania decidieron volver a Grecia. Antonis, que era el responsable de prepararlos antes de su vuelta, describe los sentimientos de esta gente. Dice que “Grecia era para ellos un mundo ideal, como el paraíso, pero lo cierto es que era un mundo falso”. Tenían que hacer frente a un montón de procesos burocráticos establecidos por Grecia para volver a vivir en su tierra. Al final, muchos de ellos tenían que volver a Alemania ya que todos los procedimientos necesarios eran demasiado rigurosos, demasiado complicados y demasiado caros para ellos. El estado Griego intentó que pareciera que eran ellos los que volvían a Alemania por su propia voluntad, en vez de a causa de procedimientos injustos.

Antonis se siente como un griego perdido, “un hombre que enseñó a otros sobre el shock cultural y emigración, pero que nunca fue capaz de afrontar el dolor que todas estas cosas le causaban”. Cuando volvió, después de vivir 30 años en el extranjero, intentó reconciliar su manera de vivir en Alemania con la diferente realidad griega que se encontró. Hoy cree que lo que manda es la superficialidad, que no puede comunicarse profundamente con un griego. Le pregunto si se quiere volver a ir. Dice que no sería capaz de soportar el invierno alemán, con un cielo gris de septiembre a abril. Le gustan el sol y el cielo de Grecia, pero en su interior, también le gustaría que su Grecia fuese un lugar que le diese la bienvenida, que le hiciese sentirse como en casa, a pesar de que está dispuesto a abandonarla si la situación política y las condiciones de vida le obligasen a hacerlo.

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La emigración le dejó sus huellas. Es un hombre de postura, actitud y apariencia únicas. Su manera de hablar le viene de todas las culturas y toda la gente con la que se encontró, se hace respetar nada más conocerlo y sus ojos gritan lo que todo el mundo a nuestro alrededor desea: amor, libertad y comprensión, sin tener en cuenta la nacionalidad de cada uno. Pero lo que transmite al hablar también es un sentido de viajar, de cultura, de cosmopolitanismo, y a veces, cuando se presenta algo malo o feo, desesperación, por todas las cosas que nos duelen, por los tiempos duros a los que nos enfrentamos.

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Autor

Anastasia Karouti (Grecia)

Estudia / Trabaja: Lengua Inglesa y Literatura, Estudios de Traducción / educadora, entrenadora, traductora, pintora

Habla: griego, inglés, rumano

Europa es… mi nido, el lugar donde empezar, difundir mis fuerzas, la Acrópolis y la divina luz de Transylvania.

Blog: caramelisedfruits.tumblr.com

Magali Meijueiro (España)

Estudia/Trabaja: Traducción e Interpretación y Enseñar Inglés como Segunda Lengua

Habla; español, gallego, inglés, francés

Europa es… un continente de contraste

Author: Anja

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