Gesú es su único hogar. Cientos de inmigrantes vienen a Bruselas con la esperanza de una vida mejor. Esta es su casilla de salida y, en muchas casos, el lugar donde se quedan.
Gesú está a sólo unos minutos en metro del Parlamento Europeo en Bruselas. En las puertas del discreto edificio de Gesú únicamente llaman la atención un pequeño letrero y muchos grafitis. Los colores del espray rodean las puertas y los muros, y los pasillos están cubiertos de cristales rotos. Estas pinturas son la única forma de realización para algunas personas. El edificio, que está en unas condiciones desastrosas, funciona como asilo para mucha gente. A veces viven allí sin agua, otras sin electricidad. Teniendo en cuenta sus condiciones de vida, estas personas sólo pueden permitirse residir en Gesú.
“¿Hablas eslovaco?”, un robusto joven me sonríe y me ofrece la mano. “Mi nombre es Paul, te voy a presentar a mi familia. Les va alegrar escuchar su lengua nativa”, añade antes de llamar al resto de miembros de su familia en el apartamento contiguo. Eva, madre de varios niños, mira tímidamente al principio, pero cuando escucha “Dobrý deň” tras mucho tiempo sin oírlo, sonríe. “Vinimos aquí en busca de una vida mejor”, explica su marido mientras nos invita a un café en su casa.
Vine a Gesú como participante de un seminario fotográfico organizado por ‘European Youth Press’. Llegué a Gesú con mi compañero para cubrir el tema de la migración. La familia de Eva vive en un “dormitorio” de dos habitaciones. Los niños más pequeños traen agua y café en un recipiente pequeño que sacan de la nada. “Dejamos Eslovaquia, nuestro hogar fue demolido. ¿Qué podíamos hacer? Ahora vivimos de las cosas que encontramos en los cubos de basura”, explica la cabeza de familia. Cuando le pregunto sobre el trabajo, ella simplemente mueve sus manos. “Estamos aprendiendo francés, pero nadie quiere darnos empleo. Tanto aquí como en Eslovaquia, somos negros en todas partes”, dice sin emotividad.
Hay muchos eslovacos romaníes en Gesú. Tal y como aprendemos de la voluntaria Sara, esta comunidad también está en otros centros para inmgrantes de Bruselas. Dejaron sus hogares en contra de su voluntad y ahora buscan la felicidad en cualquier parte porque “es mejor en Occidente”. Pero en Occidente la situación es la misma. Los niños inmigrantes están estudiando idiomas y yendo al colegio, pero los locales azuzan los perros contra ellos cuando a estos niños se les ocurre jugar en las instalaciones del barrio.
Gesú es un hogar para mucha gente. Para romaníes de Eslovaquia y Rumanía, para inmigrantes marroquíes, para artistas, okupas y muchos otros. De hecho, no sé nada sobre Gesú. Pasé un día allí, pero mientras observo las fotografías rememoro lentamente lo que esta visita al centro de asilo significó para mí. Sólo conocí a una familia allí, sólo contemplé Gesú desde una de sus pequeñas ventanas. Vi a niños persiguiéndose unos a otros en el patio, haciendo juguetes con objetos de la basura. Estudian en los bancos del exterior y continuamente corren con amigos, escalan a la casa de un árbol o patean una pelota. Ríen a pesar del barro que tienen detrás de las orejas. “¿Qué más se puede hacer aquí cuando no tenemos otro hogar?”, me pregunta Eva.
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